Hay sitios a los que la gente se siente con deseos de levantarse cada mañana e ir a trabajar. Son pocos, está claro, porque sino el mundo entraría en una espiral destructiva. Seguro que es una gran inversión que mejora la productividad de los empleados y todo eso. Pero una solución más barata sería una "sala para llorar".
Una pequeña sala, situada en cualquier lugar, sin ventanas, totalmente acolchada con materiales de alta durabilidad con el único propósito de permitirnos llorar. Cuando llorar significa lo literal o sus muchas vertientes, desde la desintoxicación post-vacaciones hasta el liberar de forma agresiva activa nuestras frustraciones variopintas.
El mobiliario, más parecido a un gimnasio de Tae-kwon-do repleto de distintas armas blancas listas para destruir, junto a la impresora láser a color con la cual dar una presencia física al causante de nuestra miseria. Siempre sin olvidar, el dispensador de kleenex en la entrada, porque al final, es una sala para llorar.
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