
Una pequeña sala, situada en cualquier lugar, sin ventanas, totalmente acolchada con materiales de alta durabilidad con el único propósito de permitirnos llorar. Cuando llorar significa lo literal o sus muchas vertientes, desde la desintoxicación post-vacaciones hasta el liberar de forma agresiva activa nuestras frustraciones variopintas.
El mobiliario, más parecido a un gimnasio de Tae-kwon-do repleto de distintas armas blancas listas para destruir, junto a la impresora láser a color con la cual dar una presencia física al causante de nuestra miseria. Siempre sin olvidar, el dispensador de kleenex en la entrada, porque al final, es una sala para llorar.
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